Por Daniel Moreno

 “Si me dices por ejemplo que vendrás a las 4, yo seré feliz desde las 3”

Ya sea en nuestras relaciones de amistad, familia, noviazgo o cualquier relación personal a la que tengamos un cariño, la frase que el zorro le dice al principito (si no has leído el Principito, totalmente recomendable) nos recuerda esos momentos donde nos encontramos con esa persona especial. Todas las sensaciones positivas que despiertan esos momentos, largos ratos de plática o incluso un breve saludo con amor, son realidades que en algún momento hemos experimentado.

De la misma forma, podemos vivir esta experiencia con Dios. Al crearnos, él ha puesto en nuestros corazones el deseo de amar y ser amados, de forma especial y plena, de llenarnos del amor que él tiene por nosotros. Nos ha regalado la capacidad de buscarlo, de hablar con él (a través de la oración) y una manera que ayuda a nuestra realidad física es tener la certeza que podemos visitar al Señor en su presencia real, esperando mi vista en alguna custodia de alguna capilla de adoración.

La promesa de Jesús de estar presente entre nosotros, confiada a sus apóstoles

Pero, ¿cómo es esto? Haciendo un poco de memoria y contextualizando, viajemos a ese momento, ayudados con los pasajes en los evangelios de la institución de la Eucaristía en la Última cena. Jesús sentado a la mesa con sus discípulos comparten la cena, previo a la celebración de la Pascua y a la misión que Él conocía bien; ser crucificado para alcanzarnos la salvación. Ahí les comparte pan y una copa de vino. A través de estos medios físicos y accesibles a los sentidos, Jesús les pide celebrar en memoria suya ese momento que compartieron con Él. Les dice explícitamente y recordamos en cada misa que celebramos: Este es MI CUERPO (refiriéndose al pan), tomen y beban todos de él porque este es el cáliz de MI SANGRE. ¡Realmente Jesús está presente ante nuestros ojos cuando visitamos alguna capilla de adoración!

Para nuestros ojos físicos, vemos un pedacito de pan dentro de un objeto de metal (en caso de que te hayas detenido frente a una capilla de adoración y prestada atención a este detalle al salir de misa) pero gracias a la fe (regalo que Dios nos da y podemos pedir para contemplar este misterio) puede descubrirse que la presencia amorosa de Jesús está ahí en silencio esperando por mi visita.

Dios no se cansa de ser generoso, siempre nos gana cuando se trata de dar. Por ello, esta oportunidad de encontrarlo en su presencia eucarística no se limita a los grandes templos, catedrales o santuarios donde pasan miles de personas. También comparte del calor e intimidad de su amor en pequeñas capillas. Nada hay más alto, grande o pequeño donde el amor del corazón de Jesús no entre.

Tal vez al escuchar que es su presencia real, no nos diga mucho ya que en la actualidad que vivimos, con los medios electrónicos, las redes sociales nos orillan a aislarnos en nosotros mismos y cuesta más trabajo que la realidad nos impacte, incluso ya no distinguiendo que es real o no (cultura de memes, estadísticas, noticias o reportes falsos, etc.)

El catecismo de la Iglesia católica en su numeral 1380 nos habla en este sentido: Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera (su presencia en la Eucaristía). Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado << hasta el fin>> (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor.

Si en el corazón falta la luz de la fe que ilumina lo incomprensible, pidamos cada uno con confianza el don de creer en su promesa de permanecer en medio de nosotros, en cada misa y en cada capilla de adoración perpetua.

Dar el paso de cambiar el modo “video llamada” o “mensaje de texto” por un encuentro real y cercano con Dios. Si, en esos momentos durante el día consagrados a la oración personal en casa, camino al trabajo o en las ocupaciones diarias, como también acudir a encontrarse con Jesús, poner la vida a sus pies y de quienes comparten con nosotros sus cansancios, alegrías, tristezas, anhelos.

Dios “hace llover” en los corazones

Si experimentamos no saber qué decir, la mente está inquieta (la loca de la casa como diría Santa Teresa de Jesús) basta con poner la mirada en la custodia, hacer silencio y dejar que Jesús hable al corazón. Poder mirarle a él y dejar que él me mire.

Acudir a una capilla de adoración y encontrarse con Jesús es semejante cuando decidimos salir de casa en un día lluvioso, terminaremos mojados por el agua. De igual manera, aunque no se “sientan” los efectos de este acto de amor y amistad, Jesús hace “llover” su amor en nuestra vida. Algo, aun lo más pequeño habrá cambiado, habrá sido tocado por el Señor. Podremos retomar nuestra vida cotidiana con la alegría y paz de que el amor infinito y pleno de Dios guía nuestros pasos.