Hace tiempo te conocí. Recuerdo que aquella vez todos me decían que era imposible conocerte y no amarte, vaya sorpresa me lleve, pues eso resultó totalmente cierto… al ver lo bondadoso de tu amor no me quedó más que huir al no sentirme digna, pasó mucho tiempo hasta que volví a encontrarte.

Abriste tus brazos como si nada hubiera pasado, me perdonaste y me enseñaste a perdonar, tu amor me lleno nuevamente. Ahora estoy tan enamorada de ti, de todo tu ser, y hoy lo confirmé…

Ya nunca quiero alejarme de ti. 11 de diciembre del 2016 – 12:00 am

Hay momentos en nuestra vida, en los que por diversas situaciones podemos sentirnos por completo abandonados. Puede que incluso nos veamos dentro de una habitación oscura sin salida alguna, donde miles de problemas nos acechan, teniendo la sensación de que cada uno de ellos es como una enorme roca sobre nuestra espalda, nos sentimos tan solos e indefensos que preferimos crear una enorme barrera a nuestro alrededor, para que nadie pueda tocarnos ni hacernos más daño.

Padres divorciados en constante conflicto y una depresión aún no diagnosticada, eran los principales problemas que me rodearon durante mi niñez, pero también mi camino para acercarme a Dios; combinados con mi enorme curiosidad. A la corta edad de ocho años, había intentado suicidarme, mis padres pensaban que era un berrinche ante la situación de su separación, mientras que mi abuela; que en paz descanse, fue un poco más dura, me dio una cachetada, y me presentó a quien sería mi más grande refugio, Dios.

Refugio que abandoné cuatro años después ante una de las adversidades más grandes de mi vida, la muerte de la persona que me había acercado a él. Tenía resentimiento, si tanto me amaba ¿por qué me quitaba a mi más grande apoyo? Era algo que yo no entendía, además de que en ese momento fallaba tanto a Dios al no tener quien me guiara, cada error me alejaba más de él. Conocía quien era Dios, a su hijo, sus obras, pero no conocía su enorme amor y misericordia. Yo tenía temor a Dios, pero uno muy diferente, uno que me alejaba de él porque me hacía no sentirme digna de su amor.

Mi vida cambió por completo, y durante mi adolescencia por fin mi depresión fue diagnosticada, pues mis episodios depresivos eran cada vez más frecuentes, una depresión común de agosto comenzó a extenderse por varios meses, convirtiéndose en una mala amiga que me visitaba cuando menos lo esperaba. A pesar de que en mi niñez fui una niña extrovertida, mi depresión me convirtió en una persona completamente contraria, a la que le gustaba encerrarse en los baños para llorar, porque sentía que nadie la podría entender.

Mi situación fue complicándose, las visitas de mi amiga depresión se volvían más fuertes y más recurrentes, terminando casi siempre en autolesiones, no con intención de suicidio, sino como un desahogo a la ansiedad que me invadía en esos momentos. Nunca pensé en buscar ayuda, pues sentía que esto era ya parte de mí, había momentos en los que me miraba al espejo y me agredía a mi misma de forma verbal, diciéndome todo aquello que me hacía sentir menos, recordándome mis problemas, y entonces, llegaron los peores días de mi vida, aquellos donde fui perdiendo el sentido de vivir, y con determinación comencé a planear mi suicidio.

Es terrible ir caminando por la calle, y pensar en el momento adecuado para lanzarte a los autos, es terrible mirar al tejado mientras esperas conciliar el sueño y pensar dónde podrías colgar una soga, es terrible mirar cuales son los cortes correctos para desangrarte, y no solo hacerte las lesiones a las que ya se acostumbró tu cuerpo. Es terrible querer huir, porque sientes que no hay lugar para ti en ningún lado, ni con tu familia, ni con tus amigos, ni con tu pareja, te sientes tan rechazado, que piensas que el mejor lugar en el que podrías estar es tres metros bajo tierra, y cada que vas a un funeral piensas: “¿Por qué no fui yo? Si esa persona valoraba tanto su vida, y yo estoy intentando acabar con la mía”.

Pero lo que más lamenté, lo que más me dolió, fue escribir mi carta de despedida, diciendo cosas que nunca tuve la oportunidad de decir, sacando todo ese dolor que carcomía mi mente y no me dejaba dormir por las noches. El no valorar mi vida me llevó a no hacerme solo daño de forma física, sino que comencé a relacionarme con personas que dañaban aún más mi integridad personal. Me encontraba en medio de una tempestad, y entonces, sucedió lo que menos esperaba.

Buscando una salida a mis males, inicié una nueva relación amorosa con un chico, que para mi gusto asistía demasiado a Misa y me invitaba a acompañarlo, “¿Qué estoy haciendo?” me pregunté, pues realmente tenía un conflicto muy grande con la iglesia, en especial con la católica, puesto que mi último contacto con Dios fue en otra religión. Recuerdo que la primera vez que asistí a Misa con él, un sentimiento extraño me invadió y comencé a llorar sin razón alguna, no entendía por qué, más tarde me llegó una invitación por su parte al congreso juvenil del 2016, tuve mis dudas, pero acepté ir, sería algo nuevo y eso buscaba, una vida nueva.

 

Después de tantas visitas a la iglesia, pensé tal vez ya era momento de hacer mi confirmación, de momento no la había hecho porque tenía ese conflicto con Dios, más había en espera el bautizo de mi sobrina a quien yo me ofrecí a bautizar, por el amor que le tenía y no por el gran significado que tiene; que ahora lo conozco y con mayor gusto deseo hacerlo.

Durante mi confirmación estuve aprendiendo grandes cosas de Dios, muchas de las dudas que tenía acerca de la iglesia se resolvieron poco a poco y aún siguen resolviéndose, entre a formación básica, y recientemente terminé formación espiritual. En verdad creo que cualquier persona que se haya alejado de la iglesia católica, nunca perteneció a ella, porque mientras más tiempo le dedico y más aprendo, comprendo que muchas de las razones por las que las personas se alejan de ella, es por falta de conocimiento.

Mi depresión aún no desaparece, incluso sigo teniendo recaídas, porque aunque se llegue a pensar, que por estar más cerca de Dios nuestros problemas serán resueltos de milagro, no es así. Al contrario, desde que decidí tomar este camino me he enfrentado a nuevos problemas, y cuando uno se soluciona no tarda en aparecer otro. Seguirlo es elegir un camino sumamente difícil, pero más grato. Tener todas esas tribulaciones sólo me dice una cosa, voy por el camino correcto.

Muchas veces mi madre me pregunta, para que asisto a la iglesia, y porque he entregado por completo mis fines de semana a Dios, sino gano nada, si continúo deprimiéndome, y yo simplemente le respondo con una sonrisa. No se da cuenta que mi vida ahora es más plena, porque, aunque mi depresión me haga sentir mal y completamente sola, nunca más me he vuelto a sentir vacía, porque ese vacío que existía, lo ocupa Dios por completo. Porque ahora cuando me visita mi amiga depresión, me basta con hablar con él, y pedirle que me aleje los malos pensamientos, porque prefiero recordar todos aquellos instantes en los que me ha mostrado su gran amor, amor que hace que mi gran depresión poco a poco se vuelva tan pequeña, que puedo verla como un mal momento cualquiera y seguir adelante de la mano de mi señor, porque ahora, cuando caigo, tomo su mano y me levanto, ya no me aferro al suelo, ni a la oscuridad, porque se muy bien donde se encuentra mi camino.

No puedo mirar hacia adelante e imaginar mi vida sin Dios, de hecho, no puedo siquiera imaginar cómo sería mi vida ahora si no hubiera tomado la decisión de seguirle. La persona que había antes solo existe en mi pasado, porque ahora, por más tormentas que lleguen, yo sé que cuando termine, aparecerá un hermoso arcoíris, tal como Dios lo presentó después del diluvio. No todo es tormento, pues Dios ha puesto en mi camino personas maravillosas, que, para mí, son mi arcoíris. Personas que me apoyan, me enseñan, dan el ejemplo, y por supuesto, me ayudan a acercarme más a Dios.

Hay que ser como Job, que por más que sufrió, nunca maldijo a Dios, al contrario, él dijo “Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿por qué no aceptaremos también lo malo?” (Job 2,10), seamos como Jesús, él nunca se rindió, aún sabiendo que iba a sufrir. Ambos se sintieron tristes en su momento y ambos oraron a Dios, Jesús incluso pidió en Getsemaní “Si es posible aparta de mi esta copa de amargura, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39)

 

En nuestro llanto, en la oscuridad, en el temor, en el dolor, ahí está Dios. Solo es cuestión de buscarlo, porque, así como cuando los discípulos estuvieron toda la noche pescando, no consiguieron nada y Jesús apareció (Jn 21,1-14), así aparece entre todos nuestros problemas y nos extiende la mano. Se muy bien que cuando atravesamos momentos duros, es muy difícil perseverar, mantenernos de pie y estar en gracia con Dios, pero es cuando más hay que enfrentar nuestras tempestades de mano con él, no solo con nuestras fuerzas.

 “No le digas a Dios que tienes un gran problema, dile a tu problema, que tienes un gran Dios.”

Por Selene Ivonne